martes, 5 de junio de 2018

cuento

cuentos
Bueno para empesar quiero decir porque cree este blog, y lo hice porque cuando fui pequeño mi familia nunca podia leerme un cuento para dormir pero con este blog con muchos cuentos se los podran leer quien sea.
El niño y la luz:
En un pequeño y lejano pueblo de China vivía un niño llamado Kang. Sus padres eran unos campesinos muy pobres así que los tres trataban de salir adelante como podían y sin poder permitirse ningún tipo de lujo. Tenían algo de comida y un techo bajo el que dormir, nada más.
El matrimonio soñaba con que algún día su hijo Kang pudiera estudiar. Ambos tenían muy claro que no querían para él la vida que ellos llevaban y aspiraban a que tuviera un futuro más prometedor en la ciudad.
Kang, consciente de esto, era un chico bueno, aplicado, inteligente y estudioso, pero cada día se encontraba con un problema que le ponía las cosas todavía más difíciles. Durante el día ayudaba a sus padres en las labores del campo, y cuando quería ponerse a estudiar, ya era de noche. Esto resultaba un gran inconveniente para él porque en su cabaña de madera no había luz artificial.
Estaba desesperado ¡Quería estudiar y sin luz no podía leer! Deseaba  aprobar los exámenes de la escuela y con los años poder ir a la universidad,  pero mejorar su educación a oscuras era totalmente imposible.
Un año llegó el crudo invierno y una noche se asomó a la ventana para ver el fabuloso paisaje nevado. Estaba ensimismado cuando se dio cuenta de que la nieve emitía una luz blanca muy tenue, muy bella pero casi imperceptible.
Kang, que era un muchacho muy listo, decidió aprovechar esa pequeña oportunidad que le brindaba la naturaleza. Se puso un viejo abrigo, se calzó sus estropeadas botas de cuero, cogió el material del colegio, y salió de la habitación caminando muy despacito para no hacer ruido.
La capa de nieve era muy espesa pero, a pesar de todo, se tumbó sobre ella. Abrió uno de sus libros y gracias a la luz blanquecina que reflejaba la nieve pudo leer y aprovechar para aprender. El frío era infernal y sus manos estaban tan congeladas que casi no podía pasar las páginas, mas no le importaba porque sentía que merecía la pena el esfuerzo. Permaneció allí  toda la noche y como ésa, todas las noches del invierno.
El tiempo pasó rápidamente y un día los rayos de sol de la recién llegada primavera derritieron la nieve. El pobre Kang observó con lágrimas en los ojos cómo su única oportunidad de poder estudiar se disolvía ante sus ojos sin remedio.
Después de cenar se acostó pero debido a la preocupación no pudo dormir. Harto de dar vueltas y más vueltas en la cama decidió salir a dar un paseo por el bosque en el que había pasado tantas horas en vela.
¡La visión que tuvo fue increíble! Contempló emocionado cómo la primavera se había llevado la nieve, sí,  pero a cambio había traído un montón de luciérnagas que iluminaban y embellecían las cálidas noches de marzo.
Se quedó un rato pasmado ante el hermoso espectáculo y de repente, tuvo una nueva gran idea.  Entró corriendo a su cuarto, cogió los libros y regresó al bosque. Se sentó bajo un árbol de tronco enorme y dejó que las luciérnagas se acercasen a él.
¡Bravo! ¡Su luz era suficiente para poder leer! ¡Se sintió tan feliz! …
Una noche tras otra repitió la misma operación y estudió bajo la brillante luz de los amigables bichitos. Gracias a eso pudo aumentar sus conocimientos y avanzar muchísimo en sus estudios. El chico era pobre y no tenía recursos, pero gracias a su sacrificio, esfuerzo y voluntad, consiguió superar una barrera que parecía insalvable.
Durante años estudió sobre la nieve en invierno y con ayuda de las luciérnagas en los meses de primavera y verano. El resultado fue que consiguió superar todas las pruebas y exámenes de la escuela con calificaciones brillantes.
Al llegar a la mayoría de edad entró en la universidad y llegó a convertirse en un hombre sabio y adinerado que logró sacar a su familia de la pobreza. La vida le recompensó.
Esta preciosa historia nos enseña que nunca hay que venirse abajo ante las dificultades. Con ilusión y esfuerzo casi todo se puede lograr. Vence los obstáculos y lucha por tus sueños. La vida te recompensará igual que al bueno de Kang.

 El rey sabio:
Hace muchos, muchos años en una ciudad de Irán llamada Wirani, hubo un rey que gobernaba con firmeza su territorio. Había acumulado tanto poder que nadie se atrevía a cuestionar ninguna de sus decisiones: si ordenaba alguna cosa, todo el mundo obedecía sin rechistar ¡Llevarle la contraria podía tener consecuencias muy desagradables!
Podría decirse que todos le temían, pero como además era un hombre sabio, en el fondo  le   respetaban y valoraban su manera de hacer las cosas.
En Wirani solo había un pozo pero era muy grande y servía para abastecer a todos los habitantes de la ciudad. Cada día centenares de personas acudían a él y llenaban sus tinajas para poder beber y asearse. De la misma manera, los sirvientes del rey recogían allí el preciado líquido para llevar a palacio. Así pues, el pobre y el rico, el rey y el aldeano, disfrutaban de la misma agua.
Sucedió que una noche de verano, mientras todos dormían, una horripilante bruja se dirigió sigilosamente al pozo. Lo tocó y comenzó a reírse mostrando sus escasos dientes negros e impregnando el aire de un aliento que olía a pedo de mofeta ¡Estaba a punto de llevar a cabo una de sus maquiavélicas artimañas y eso le divertía mucho!
– ¡Ja, ja, ja! ¡Estos pueblerinos se van a enterar de quién soy yo!
Debajo de la falda llevaba una bolsita, y dentro de ella, había un pequeño frasco que contenía un líquido amarillento y pegajoso. Lo cogió, desenroscó el pequeño tapón, y dejó caer unas gotas en el interior del pozo mientras susurraba:
– Soy una bruja y como bruja me comporto ¡Quien beba de esta agua se volverá completamente loco!
Dicho esto, desapareció en la oscuridad de la noche dejando una pequeña nebulosa de humo como único rastro.
Unas horas después los primeros rayos del sol anunciaron la llegada del nuevo día. Como siempre, se escucharon los cantos del gallo y la ciudad se llenó del ajetreo diario.
¡Esa mañana el calor era sofocante! Todos los habitantes de Wirani, sudando como pollos,  corrieron a buscar agua del pozo para aplacar la sed y darse un baño de agua fría. Curiosamente, nadie se dio cuenta de que el agua no era exactamente la misma y algunos hasta exclamaban:
– ¡Qué delicia!… ¡El agua del pozo está hoy más rica que nunca!
Todos la saborearon excepto el rey, que  casualmente se encontraba de viaje fuera de la ciudad.
Pasó el caluroso día, pasó la noche, y el nuevo amanecer llegó como siempre, pero lo cierto es que ya nada era igual en la ciudad ¡Todo el mundo  había cambiado! Por culpa del hechizo de la bruja, hombres, mujeres, niños y ancianos, se levantaron nerviosos y haciendo cosas disparatadas. Unos deliraban y decían cosas sin sentido; otros comenzaron a sufrir alucinaciones y a ver cosas raras por todas partes.
No había duda… ¡Todos sin excepción habían perdido el juicio!
El rey, ya de regreso, fue convenientemente informado de lo que estaba sucediendo y salió a dar un paseo para comprobarlo con sus propios ojos. Los ciudadanos se arremolinaron en torno a él, y al ver que no se comportaba como ellos, empezaron a pensar que se había vuelto loco de remate.
Completamente trastornados  salieron  corriendo en tropel hacia la plaza principal para decirse unos a otros:
– ¿Os habéis dado cuenta de que nuestro rey  está rarísimo? ¡Yo creo que se ha vuelto majareta!
– ¡Sí, sí, está como una cabra!
– ¡Tenemos que expulsarlo y que gobierne otro!
Imagínate un montón de personas fuera de control, totalmente enloquecidas, que de repente se convencen de que las chifladas no son ellas, sino su rey. Tanto revuelo se formó que el monarca puso el grito en el cielo.
– ¡¿Pero qué demonios está pasando?! ¡Todos mis súbditos han perdido el seso y piensan que el que está loco soy yo! ¡Maldita sea!
A pesar de la difícil papeleta a la que tenía que enfrentarse, decidió mantener la calma y reflexionar. Rápidamente, ató cabos y sacó una conclusión que dio en el clavo:
– Ha tenido que ser por el agua del pozo… ¡Es la única explicación posible! Sí, está claro que todos han bebido menos yo y por eso me he salvado…  ¡Apuesto el pescuezo a que esto es cosa de la malvada bruja!
Mientras cavilaba, vio de reojo a un alfarero que llevaba una jarra de barro en la mano.
– ¡Caballero, présteme la jarra!
– ¡Aquí tiene, majestad, toda suya!
El monarca la agarró por el asa, apartó a la gente a codazos y dando grandes zancadas se plantó frente al pozo de agua sin ningún tipo de temor. Los habitantes de Wirani se apelotonaron tras él conteniendo la respiración.
– Así que pensáis que el loco soy yo ¿verdad? ¡Pues muy bien, ahora mismo voy a poner solución a esta desquiciante situación!
El rey metió la jarra en el pozo y bebió unos cuantos sorbos del agua embrujada. En cuestión de segundos,  tal como había sentenciado la bruja, enloqueció como los demás.
Y… ¿sabes qué pasó? Pues que los perturbados ciudadanos comenzaron a aplaudir porque pensaron que al fin el rey ya era como ellos, es decir… ¡que había recobrado la razón!
 La balanza de planta:
En un pueblo de España cuyo nombre nadie recuerda, un pequeño comercio de telas cerró definitivamente y quedó abandonado por sus dueños. Pasó el tiempo y nadie volvió a interesarse por ese local, por lo que poco a poco fue perdiendo el lustre de antaño. Lo que había sido una bonita tienda en sus mejores días,  se convirtió en un bajo viejo y oscuro cerrado a cal y canto.
Un día, unos chiquillos que jugaban  en la calle se dieron cuenta de que una de las ventanas situadas sobre el antiguo escaparate, estaba rota. No lo dudaron: se subieron unos encima de otros y consiguieron auparse hasta que lograron colarse por el agujero del cristal.

¡Qué decepción se llevaron!…La vieja tienda estaba sucia y cubierta de polvo. Olía a humedad, se veían telarañas por todas partes y no había más que un par de sillas carcomidas por la polilla y algunos muebles desvencijados que ya no servían para nada.Ya se iban cuando uno de los muchachos descubrió que, tras el antiguo mostrador, había una balanza muy extraña que tenía un misterioso adorno en el centro. Un segundo después, seis caritas curiosas se arremolinaban a su alrededor para contemplarla.
¡Qué maravilla!…Era una balanza de plata, estaba totalmente nueva y resplandecía como si le hubieran sacado brillo con un trapo esa misma mañana.
Les pareció muy hermosa, pero ni de lejos se imaginaban que además, era una balanza mágica. No servía para pesar alimentos como las demás balanzas del mundo, sino las buenas y malas obras de todos aquellos que la tocaban.
Inocentemente, uno de los niños, que era un chico bueno y generoso, puso su manita sobre el  curioso adorno. El lado derecho de la balanza se inclinó y de repente, una intensa luz iluminó la habitación. De su plato, comenzaron a salir cientos de estrellitas, tantas como cosas buenas  había hecho el pequeño durante su corta vida. Después, la balanza volvió a equilibrarse y el resplandor desapareció.
Otro de los amigos que estaban allí, a quien todos consideraban un poco egoísta, envidioso y vago,  quiso intentarlo también. Tocó el adorno con su mano y la balanza se movió hacia la izquierda, iluminándose de nuevo. Los destellos eran tan fuertes que todos los niños tuvieron que mirar para otro lado cegados por la luz. Pero esta vez, del plato de la balanza, comenzaron a salir espadas, tantas como veces se había portado mal durante su vida.
Todos los muchachos de la pandilla fueron pasando en orden junto a la balanza para conocer lo que ese objeto, que parecía sacado de un cuento de hadas, tenía que decirles. Después, salieron disparados de allí para contarles a sus padres el genial descubrimiento.
Como es lógico, pronto se corrió la voz y la balanza de plata se hizo famosa en toda la comarca. Cada tarde antes de cenar, decenas de niños empezaron a acercarse a la vieja tienda para admirarla y tocarla. Si les mostraba estrellas, sabían que habían sido generosos, trabajadores y amorosos con sus padres, pero si por el contrario la balanza les enseñaba espadas, comprendían que debían mejorar y hacer un esfuerzo por portarse mejor.
Desgraciadamente, el paso del tiempo también afectó a la balanza y un día, de tanto usarla, se estropeó. Todos los niños del pueblo lloraron de pura tristeza.
¿Qué iban a hacer ahora sin su querida balanza de plata?
La balanza vio las lágrimas de los pequeños, y por primera y última vez, les habló:
– Queridos niños y niñas, escuchadme, por favor. Durante meses os he mostrado vuestros buenos y malos comportamientos. Mi única intención era haceros reflexionar.
La sabia balanza les miró fijamente  y siguió hablando con delicada voz.
– En la vida tenéis que ser conscientes de vuestros actos, y creo que ya es hora de que aprendáis a recapacitar solitos, sin mi ayuda. A partir de ahora, cuando por las noches os metáis en la camita, pensad sobre todo lo que habéis hecho durante el día. Si sentís que no os habéis portado demasiado bien, prometeos a vosotros mismos que intentaréis mejorar. Luchad siempre por ser buenas personas y por perseguir vuestros sueños ¡Hasta siempre, amigos!
En cuanto dijo estas palabras, la balanza de plata se apagó para siempre. Todos los niños se despidieron de ella con un besito y después, muy apenados, la dejaron allí, en el lugar donde la habían encontrado, como muestra de respeto.
No volvieron a verla, pero jamás olvidaron sus enseñanzas y la llevaron toda la vida en sus corazones.
 El principe rana:
Érase una vez un rey que tenía cuatro hijas. La más pequeña era la más bella y traviesa. Cada tarde salía al jardín del palacio y correteaba sin parar de aquí para allá, cazaba mariposas y trepaba por los árboles ¡Casi nunca estaba quieta!
Un día había jugado tanto que se sintió muy cansada. Se sentó a la sombra junto al pozo de agua que había al final del sendero y se puso a juguetear con una pelota de oro que siempre llevaba a todas partes. Estaba tan distraída pensando en sus cosas que la pelota resbaló de sus manos y se cayó al agua. El pozo era tan profundo que por mucho que lo intentó, no pudo recuperarla.
Se sintió muy desdichada y comenzó a llorar. Dentro del pozo había una ranita que, oyendo los gemidos de la niña, asomó la cabeza por encima del agua y le dijo:
– ¿Qué te pasa, preciosa? Pareces una princesa y las princesas tan lindas como tú no deberían estar tristes.
– Estaba jugando con mi pelotita de oro pero se me ha caído al pozo – sollozó sin consuelo la niña.
– ¡No te preocupes! Yo tengo la solución a tus penas – dijo la rana sonriendo – Si aceptas ser mi amiga, yo bucearé hasta el fondo y recuperaré tu pelota ¿Qué te parece?
– ¡Genial, ranita! – dijo la niña – Me parece un trato justo y me harías muy feliz.
La rana, ni corta ni perezosa, cogió impulso y buceó hasta lo más profundo del pozo. Al rato, apareció en la superficie con la reluciente pelota.
– ¡Aquí la tienes, amiga! – jadeó la rana agotada.
La princesa tomó la valiosa pelota de oro entre sus manos y sin darle ni siquiera las gracias, salió corriendo hacia su palacio. La rana, perpleja, le gritó:
– ¡Eh! … ¡No corras tan rápido! ¡Espera!
Pero la princesa ya se había perdido en la lejanía dejando a la rana triste y confundida.
Al día siguiente, la princesa se despertó por la mañana cuando un rayito de sol se coló por su ventana. Se puso unas coquetas zapatillas adornadas con plumas y se recogió el pelo para bajar junto a su familia a desayunar. Cuando estaban todos reunidos, alguien llamó a la puerta.
– ¿Quién será? – preguntó el rey mientras devoraba una rica tostada de pan con miel.
– ¡Yo abriré! – dijo la más pequeña de sus hijas.
La niña se dirigió a la enorme puerta del palacio y no vio a nadie, pero oyó una voz que decía:
– ¡Soy yo, tu amiga la rana! ¿Acaso ya no te acuerdas de mí?
Bajando la mirada al suelo, la niña vio al pequeño animal que la miraba con ojos saltones y el cuerpo salpicado de barro.
– ¿Qué haces tú aquí, bicho asqueroso? ¡Yo no soy tu amiga! – le gritó la princesa cerrándole la puerta en las narices y regresando a la mesa.
Su padre el rey, que no entendía nada, le preguntó a la niña qué sucedía y ella le contó cómo había conocido a la rana el día anterior.
– ¡Hija mía, eres una desagradecida! Ese animalito te ayudó cuando lo necesitabas y ahora te estás comportando fatal con él. Si le has dicho que serías su amiga, tendrás que cumplir tu palabra. Ve ahora mismo a la puerta e invítale a pasar.
– Pero papi… ¡Es una rana sucia y apestosa! – se quejó
– ¡Te he dicho que le invites a pasar y le muestres agradecimiento por haberte ayudado! – bramó el monarca.
La princesa obedeció a su padre y propuso a la rana que se sentase con ellos. El animal saludó a todos muy amablemente y quiso subirse a la mesa para alcanzar los alimentos, pero estaba tan alta que no fue capaz de hacerlo.
– Princesa, por favor, ayúdame a subir, que yo solita no puedo.
La princesa, tapándose la nariz porque la rana le parecía repugnante, la cogió con dos dedos por una pata y la colocó sobre la mesa. Una vez arriba, la rana le dijo:
– Ahora, acércame tu plato de porcelana para probar esa tarta ¡Seguro que está deliciosa!
La niña, de muy mala gana, compartió su comida con ella. Cuando hubo terminado, el batracio  comenzó a bostezar y le dijo a la pequeña:
– Amiga, te suplico que me lleves a tu camita porque estoy muy cansada y tengo ganas de dormir.
La princesa se sintió horrorizada por tener que dejar su cama a una rana sucia y pegajosa, pero no se atrevió a rechistar y la llevó a su habitación. Cuando ya estaba tapada y calentita entre los edredones, miró a la niña y le pidió un beso.
– ¿Me darás un besito de buenas noches, no?
– ¡Pero qué dices! ¡Sólo de pensarlo me dan ganas de vomitar! – le espetó la chiquilla, harta de la situación.
La ranita, desconsolada por estas palabras tan crueles, comenzó a llorar. Las lágrimas resbalaban por su verde papada y empapaban las sábanas. La princesa, por primera vez en toda la noche, sintió mucha lástima y exclamó:
– ¡Oh, no llores por favor! Siento haber herido tus sentimientos. Me he comportado como una niña caprichosa y te pido perdón.
Sin dudarlo, se acercó a la rana y le dio un besito cariñoso. Fue un gesto tan tierno y sincero que de repente la rana se convirtió en un joven y bello príncipe, de rubios cabellos y ojos más azules que el cielo. La niña se quedó paralizada y sin poder articular palabra. El príncipe, sonriendo, le dijo:
– Una bruja malvada me hechizó y sólo un beso podía romper el maleficio. A ti te lo debo. A partir de ahora, seremos verdaderos amigos para siempre.
Y así fue… El príncipe y la princesa se convirtieron en inseparables y cuando fueron mayores, se casaron y su felicidad fue eterna.
 El campesino y el Diablo:
Érase una vez un campesino famoso en el lugar por ser un chico muy listo y ocurrente. Tan espabilado era que un día consiguió burlar a un diablo ¿Quieres conocer la historia?
Cuentan por ahí que un día, mientras estaba labrando la tierra, el joven campesino se encontró a un diablillo sentado  encima de unas brasas.
– ¿Qué haces ahí? ¿Acaso estás descansando sobre el fuego? – le preguntó con curiosidad.
– No exactamente – respondió el diablo con cierta chulería – En realidad, debajo de esta fogata he escondido un gran tesoro. Tengo un cofre lleno de joyas y piedras preciosas y no quiero que nadie las descubra.
– ¿Un tesoro? – El campesino abrió los ojos como platos – Entonces es mío, porque esta tierra me pertenece y, todo lo que hay aquí, es de mi propiedad.
El pequeño demonio se quedó pasmado ante la soltura que tenía ese jovenzuelo ¡No se dejaba asustar ni siquiera por un diablo! Como sabía que en el fondo el chico tenía razón, le propuso un acuerdo.
– Tuyo será el tesoro, pero con la condición de que me des la mitad de tu cosecha durante dos años. Donde vivo no existen ni las hortalizas ni las verduras y la verdad es que estoy deseando darme un buen atracón de ellas porque me encantan.
El joven, que a inteligente no le ganaba nadie, aceptó el trato pero puso una condición.
– Me parece bien, pero para que luego no haya peleas, tú te quedarás con lo que crezca de la tierra hacia arriba y yo con lo que crezca de la tierra hacia abajo.
El diablillo aceptó y firmaron el acuerdo con un apretón de manos. Después, cada uno se fue a lo suyo. El campesino plantó remolachas, que como todos sabemos, es una raíz, y cuando llegó el momento de la cosecha, apareció el diablo por allí.
– Vengo a buscar mi parte – le dijo al muchacho, que sudoroso recogía cientos de remolachas de la tierra.
– ¡Ay, no, no puedo darte nada! Quedamos en que te llevarías lo que creciera de la tierra hacia arriba y este año sólo he plantado remolachas, que como tú mismo estás viendo, nacen y crecen hacia abajo, en el interior de la tierra.
El diablo se enfadó y quiso cambiar las condiciones del acuerdo.
– ¡Está bien! – gruñó – La próxima vez será al revés: serás tú quien se quede con lo que brote sobre la tierra y yo con lo que crezca hacia abajo.
Y dicho esto, se marchó refunfuñando. Pasado un tiempo el campesino volvió a la tarea de sembrar y esta vez cambió las remolachas por semillas de trigo. Meses después, llegó la hora de recoger el grano de las doradas espigas. Cuando reapareció el diablo dispuesto a llevarse lo suyo, vio que el campesino se la había vuelto a dar con queso.
– ¿Dónde está mi parte de la cosecha?
– Esta vez he plantado trigo, así que todo será para mí – dijo el muchacho – Como ves, el trigo crece sobre la tierra, hacia arriba, así que lárgate porque no pienso darte nada de nada.
El diablo entró en cólera y pataleó el suelo echando espuma por la boca, pero tuvo que cumplir su palabra porque un trato es un trato y jamás se puede romper. Se  fue de allí maldiciendo y el campesino listo, muerto de risa, fue a buscar su tesoro.

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